martes, 21 de noviembre de 2017

"Que verde era mi valle" (1941) John Ford



Esta maravillosa película, adaptación de la novela de Richard Llewellyn, encierra toda la sabiduría del maestro Ford y constituye una poética mirada a la Irlanda de sus ancestros a través de una historia magníficamente narrada donde cada secuencia es un retazo de la vida misma servida mediante un soberbio guión y unos personajes tan fuertes como el mundo que les rodea, arquetipos perpetuados a través de la mirada del niño Roddy McDowall , que no es sino el alter ego del propio Ford. Una conmovedora lección de cine de principio a fin, llena de detalles que conforman una obra redonda, sensible y ruda a la vez, llena de un lirismo que emociona y atrapa con su belleza y realismo.




El filme se apoya en el talento de unos actores que encajan en sus personajes como anillo al dedo. Donald Crisp como el patriarca de la familia de mineros, un hombre sencillo y noble que va sufriendo una transformación interna a medida que ve como los ideales en los que había crecido se derrumban, una inolvidable composición que le valió el Oscar al mejor secundario de 1941. Sara Allgod en el papel de la madre, el corazón del hogar como se alude a ella en la película, una mujer recia sostén de todas las alegrías y tristezas de los Morgan, representación de la fortaleza innata de todas las amas de casa del mundo luchando por la unidad y supervivencia familiar, algunas fuentes indican que John Ford se inspiró en el carácter de su propia madre para dar alma al personaje. La inolvidable Maureen O´Hara, actriz fetiche del director en su primera colaboración juntos, en el conmovedor personaje de Angharad, mujer temperamental que destaca en un mundo de hombres con su personalidad rebelde. Walter Pidgeon sobrio y contenido como el comprensivo clérigo de ideas socialistas que suscita la polémica de una sociedad sumida en la moralidad religiosa y el analfabetismo. Y redondeando el excelente reparto un Roddy McDowall de doce años, conductor de la línea emocional de la película en una interpretación tan natural y sensible como pocas veces ha dado un niño en la pantalla. Él es el alma de la película, el narrador que nos introduce con sus recuerdos en el pequeño pueblo Galés, haciéndonos ver la vida con sus ojos. Estas virtudes se hacen extensibles al resto de personajes secundarios, incluso los que tienen menos relevancia, ya que todos aportan un valor añadido en sus respectivos roles realzando el verismo y matizando la historia




En cuanto a la dirección de Ford solo se puede calificar de excepcional, a pesar de que el proyecto fue abordado inicialmente por William Wyler, primera elección de la Fox para realizar la película. Sin embargo Ford hace suya la historia desde el inicio, ofreciendo una obra absolutamente personal que le acredita como un gran maestro a pesar de sus escasos 25 años, no solo en el ámbito del western, donde ya había dirigido títulos imperecederos como "La diligencia" (1939), sino a la hora de abordar diferentes géneros, si bien es cierto que desde esa óptica típicamente masculina del director donde incluso las damas de la función demuestran un carácter tan férreo e inconquistable como sus hombres, e incluso les superan en tenacidad y valor en ocasiones. La fotografía es magnífica, recreando la atmósfera brumosa y fatalista de la obra, lo mismo que aporta un toque realista a los pasajes más cotidianos o mantiene un carácter onírico en las secuencias más evocadoras.




Con tales premisas la película estaba destinada a convertirse en una de las triunfadoras en la entrega de los Oscars de 1941, año en que la competencia era feroz. Se alzó con la estatuilla a la mejor realización del año en competencia con títulos inmortales como "Ciudadano Kane", "La loba", "El sargento York", "El halcón maltés" o "Sospecha", obteniendo además las estatuillas relativas al mejor director (Ford), mejor actor secundario (Donald Crisp), mejor fotografía en B/N (Arthur Miller) y mejor decoración en B/N. Una obra maestra que justifica el amor por el cine de cualquier aficionado, ya que descubre nuevos detalles en cada revisión, sin dejar de sobrecoger al espectador con su humana y universal trama, conectando con sentimientos que todos atesoramos en la memoria vital del recuerdo.





martes, 14 de noviembre de 2017

Filmoteca clásica... "Desayuno con diamantes" (1961) Blake Edwards



Pocas actrices han quedado tan asociadas a un personaje como el de la protagonista de "Desayuno con diamantes" a Audrey Hepburn, sin embargo ella no fue la primera opción para dar vida a la díscola Holly Goligthly. El autor de la novela, Truman Capote, quería una actriz con una personalidad más carnal, decantándose por la explosiva, aunque frágil, sexualidad de Marilyn Monroe. En la novela original Holly es una adolescente bisexual, que ejerce la prostitución y tiene cierta tendencia al consumo de marihuana, Nada de esto se mostró abiertamente. En la película la protagonista es una joven frívola de moral desinhibida y liberal, amante de las juergas, con una marcada tendencia a devorar la vida y a rodearse de peligrosos amigos. Capote acusó directamente a Hepburn de dulcificar el personaje con el fin de no perjudicar su imagen cinematográfica, aunque nada esto importó lo más mínimo. Con su talento y encantadora personalidad Audrey se hizo limpiamente con el papel, enamorando a crítica y público, cualquier otra Holly hoy día resulta impensable. Desde su primera aparición con su silueta dibujándose entre los rascacielos de Manhattan enfundada en un célebre vestido negro de Givenchy, café y bollo en mano frente al escaparate de Tiffany´s se convirtió en icono de modernidad de los años sesenta y en historia del cine.




A su lado George Peppard, el célebre Hannibal de la televisiva "El equipo A", en su papel de escritor que se dedica a prestar sus encantos a adineradas señoras de la alta sociedad neoyorquina como modo de sustento vital, que acaba por enamorarse del temperamento original e indómito de Holly, el único que sabe ver en ella más allá de su máscara alocada, descubriendo una enorme tristeza que le hace vivir en una continua huida hacia adelante por miedo a la soledad. El elegido para este personaje tampoco sería inicialmente Peppard sino Steve McQueen ,otro de los rebeldes de Hollywood, que no pudo hacerse cargo del mismo por haber contraído previamente otros compromisos. Hay que decir que Peppard está fantástico brindando la que sería su interpretación más conocida en la gran pantalla.




Redondeando el resultado la magnífica dirección de Blake Edwards y como guinda la música de Henry Mancini con una canción inmortal, "Moon river", que Audrey interpretaba melancólica y apasionada a la vez. El propio Mancini reconocía que de los cientos de versiones que se habían realizado de esta melodía, obra maestra de la música ligera americana, prefería por encima de todas la de Hepburn, aludiendo que ella canto la letra entendiendo todo el espíritu implícito en la partitura. "Desayuno con diamantes" es pues uno de esos títulos en los que todos los elementos se unen para crear auténtica magia, grabando cada una de sus imágenes en la memoria sentimental del espectador. Una obra que causa placer revisar y atrapa en cada sesión como la primera vez.



viernes, 3 de noviembre de 2017

FILMOTECA CLÁSICA... "LOS TRES MOSQUETEROS" (1949) GEORGE SIDNEY

Esta magnífica cinta prodigio de entretenimiento, se alza como una perla más en la corona del cine de aventuras del Hollywood clásico. Constituye un soberbio espectáculo lleno de esplendor, una producción cuidada al detalle en la que no falta nada de lo que uno espera ver en un filme de estas características. Excelente ambientación, bellísimos interiores, lujoso vestuario y una historia llena de acción y ritmo perfectos, cuya responsabilidad recae en la sabiduría de su director y el talento de su protagonista Gene Kelly, responsable de los duelos a espada que coreografió como si fuesen divertidos ballets, llenos de saltos y desbordante vitalidad, en los que lucir sus magníficas facultades acrobáticas. A pesar de encontrarse fuera de su habitat natural Kelly se rebela como el D´Artagnan perfecto, lleno de ingenuidad, frescura y encanto, ofreciendo una interpretación incontaminada, lejos de divismos, con la ilusión de un principiante a pesar de ser ya una figura consolidada y una estrella musical.




El formidable reparto es sin duda uno de los platos fuertes de la película. Lana Turner nunca estuvo más adecuada que en el papel de la pérfida y bellísima My Lady. Sidney supo sacar un formidable partido a la glamurosa imagen de la estrella, convirtiéndose en uno de los principales atractivos de su personaje, acentuando su temperamento ambicioso y seductor, peligrosa "mantis religiosa" que envuelve a sus víctimas en la peligrosa treta de su despiadada belleza. Vicent Pride da vida al perverso Cardenal Richelieu, un personaje manipulador y lleno de cinismo que es casi el diablo vestido de rojo, casi un anticipo de sus terroríficos papeles en el género fantástico y de terror. En las antípodas, compensando tanta maldad, la candorosa June Allyson presta su rostro pecoso y adorable a una conmovedora Constanza, frágil criatura amenazada en este juego de intrigas palaciegas. El resto de secundarios pertenecen a lo mejor de la escudería Metro en un momento en el que la productora presumía de tener "más estrellas que en el cielo", a juzgar por el talento reunido en esta película nadie pondría en duda tal afirmación. Destaca entre todos ellos un atormentado Van Heflin como el descreído y bebedor Athos, en una interesante composición dramática poco habitual en filmes de aventuras, robando la función a los protagonistas en varias ocasiones, apuntando una dimensión más profunda y adulta al personaje que le cae en suerte interpretar.







La fotografía en Technicolor es excelente y la puesta en escena formidable. El ritmo narrativo con el que George Sidney pone en imágenes la historia da cuenta del formidable talento de un profesional gran conocedor de su oficio y la industria, manejando todos los elementos con destreza en busca de un resultado espectacular, en el que la ambientación es tan protagonista como los actores que dan vida a los inmortales personajes de Dumas. Sin duda alguna esta es la novela más conocida del autor francés y la que más veces ha sido adaptada al cine en sus diferentes variantes, desde la etapa silente hasta la actualidad, con desigual resultado. El título que nos ocupa es sin duda uno de los más brillantes, aunque se conceda algunas licencias sobre el original.





Incomprensiblemente fue olvidado por la Academia en la entrega de los Oscars de aquel año, ni siquiera obtuvo mención en las categorías llamadas "menores" para las que solían ser nominados este tipo de filmes. Una inolvidable película de las que ya no se hacen, producto de las mejores virtudes del "sistema de estudios" que nos convierte de nuevo en niños durante las dos horas de proyección.













miércoles, 12 de julio de 2017

CON ACENTO ESPAÑOL... PAQUITA RICO



Es uno de los rostros más bellos de nuestro cine y una de sus artistas más personales. Fue una folklórica eminentemente cinematográfica, se dio a conocer y triunfo principalmente a través de las películas que interpretó, aunque como todas ellas su temprana vocación le llevó a una incipiente carrera por teatrillos y ferias desde corta edad antes de su irrupción en la pantalla, recalando entre otros en el Ballet del Marqués de Montemar y la compañía de Pepe Pinto, donde debutó con el nombre de “La trianera de Bronce”.


Al igual que su coetánea y amiga Carmen Sevilla buscaba en el medio cinematográfico un trampolín donde lucir su arte y mejorar su estatus económico y al igual que ella se presentó a varias pruebas hasta que Florián Rey la seleccionó para protagonizar una película homenaje al llorado diestro cordobés Manuel Rodríguez Sánchez, “Brindis a Manolete” (1948), desde ese momento no paró de rodar una película tras otra. La cámara la adoraba… Su voz y gracia sevillana hicieron el resto. El director gallego Ramón Torrado sería su auténtico Pygmalion, a sus órdenes rodó seis películas muy populares que la situarían en primera línea del cine folklórico de los años cincuenta y le brindó su primer éxito de masas “Debla, la Virgen Gitana” (1949) con la que se presentó en el festival de Cannes, obteniendo la Copa de Popularidad de aquel certamen. A partir de entonces pasó a formar parte de las filas del productor Cesáreo González, donde junto a sus comadres Lola Flores y Carmen Sevilla propició lo que se vino en llamar “el filón del osú” al ser las figuras del género más populares y con mayor proyección de aquellos años representantes de un tipo de cine donde imperaban los volantes y la pandereta, sentando patria no solo en nuestro país sino también en América Latina, donde el productor gallego se llevó a sus estrellas de gira con una promoción a gran escala que incluía coproducciones con los países de habla hispana, principalmente México y Argentina.
 
 
Al margen de sus películas folklóricas Paquita dejó atisbar un interesante talento dramático en otros títulos de diferentes pretensiones y enfoque como “Luna de sangre” (1950) de Rovira Beleta o “María Morena” (1951) firmada al alimón por José Mª Forqué y Pedro Lazaga, aunque resultasen dos intentos fallidos en su momento y su carrera continuase centrada en el salero y la sal del cine andaluz al uso.
 
En busca de dar un giro a su carrera acepta interpretar el papel de la reina Mª de las Mercedes en aquel éxito memorable que fue “¿Dónde vas Alfonso XII?” (1958) dirigida muy inteligentemente por Luis César Amadori, alcanzando la inmortalidad. El público enloqueció ante aquella recreación romántica de unos amores reales de leyenda y Paquita logró la consagración artística, fijando su imagen a la de aquella reina tan delicada y sensible abocada a un fatal desenlace. Paradójicamente el éxito de la película puso a su estrella junto a las cuerdas, ya que la identificación con el personaje era tal que estuvo casi dos años sin recibir ofertas de trabajo. 
 
Su regreso a las pantallas se produjo bajo una línea diferente, más moderna, en la que intentó resaltar su faceta de actriz por encima de la de cantante en títulos como “Ventolera” (1961), según una comedia de los Álvarez Quintero, “La viudita naviera” (1961) adaptación de una obra de José Mª Pemán o la producción dramática “Historia de una noche” (1963), pero en los años sesenta el tipo de cine que representaba se estaba agotando, dando paso a un modelo diferente en el que Paquita no acabó de encontrar su lugar.


Tras protagonizar junto a Carmen y Lola el polémico “Balcón de la luna” (1962), su presencia en el cine se fue espaciando hasta limitarse a pequeñas colaboraciones, algunas interesantes como su papel en la coproducción italiana “Las Otoñales” (1964), poniendo punto final a su trayectoria en cine con la astracanada histórica “El Cid cabreador” (1983), protagonizada por el domador de circo Angel Cristo y extrañamente la musa del nuevo cine español Carmen Maura.
 
Al margen de su carrera en cine, Paquita desarrolló una interesante actividad teatral protagonizando alguna obra ambiciosa como “Bodas de sangre”, donde obtuvo formidables críticas o espectáculos pensados para su lucimiento como cantante como “Ella”.
 
Se nos acaba de ir el pasado 10 de Abril con 87 años de edad, pero en el recuerdo siempre quedará su elegancia y delicadeza interpretativa y su rostro perfecto enmarcado en las notas de ese “Romance de la Reina Mercedes” que fue su canción bandera y que nadie interpretó con tanto sentimiento como ella, quizás porque entendía mejor que nadie la historia de aquella soberana, que como ella quedará para siempre en la memoria de un romance popular.

lunes, 10 de julio de 2017

FILMOTECA CLÁSICA... "ROBIN DE LOS BOSQUES" (1938) MICHAEL CURTIZ


Este es sin duda uno de los títulos preferidos por los seguidores del cine de aventuras y uno de los mayores exponentes de “capa y espada”. Contiene todos los ingredientes sobre los que se construyó el género llevados a la perfección técnica y artística, creando una influencia directa sobre el resto de títulos posteriores. Si además añadimos el irresistible encanto de sus protagonistas, el magnífico uso del color, la ambientación y tratamiento de la historia, tenemos un filme redondo que nos traslada a un cuento medieval teñido de mágico romanticismo que lo eleva a leyenda.


La historia del arquero de Sherwood que lucha a favor del Rey Ricardo en contra de su pérfido hermano, el Príncipe Juan, fue uno de los temas favoritos de la pantalla desde los albores del cine mudo. Antes del filme de Curtiz, existía un ilustre precedente,  “Robín de los Bosques” (1922) de Allan Dwan, protagonizado por Douglas Fairbanks el aventurero por antonomasia de la etapa silente. La interpretación del personaje llevada a cabo por Fairbanks era un referente muy querido para el público. Sin embargo la encarnación de Errol Flynn borró de un plumazo su recuerdo. La apostura, dinamismo y frescura interpretativa del actor australiano causó impacto en las pantallas de todo el mundo, su aparición sobre un árbol con calzas verdes, bigote perfilado enmarcando una pícara sonrisa y arco en mano, marcó toda una época de la aventura cinematográfica, haciendo suya la figura del héroe legendario de por vida. Ninguno de los actores que posteriormente se han metido en la piel de Robín de Locksley, se han acercado siquiera al encanto y hechizo que Flynn imprimió al personaje, quizás tan solo el Robín de Kevin Costner a principios de los noventa se acercó a esta visión, aunque desde una perspectiva muy diferente y sin lograr de lejos su impacto.


La Warner Bros abordó el proyecto como una producción de altos vuelos, lo cual se nota en el resultado. Costó cerca de 2 millones de dólares de 1938, siendo la película más cara rodada hasta esa fecha por la productora y una de las más costosas del Hollywood de los años 30. Rodada en luminoso Technicolor un poderoso reclamo para la época, terminó de consolidar a Flynn y Olivia de Havilland como una las parejas ideales de la pantalla. Olivia no solo era una mujer bellísima, sino que además era una fantástica actriz. Olivia infundió fuerza y personalidad a Lady Mariam, más allá de la dulzura y delicadeza propias de este tipo de roles destinados a ser tan solo el dulce reposo del guerrero. 


Juntos no solo formaban una hermosa pareja, además sus personalidades se complementaban con una química que quedaba reflejaba en la pantalla. El estudio consciente de su impacto aprovechó esta circunstancia a lo largo de siete películas que conformaron todo un ciclo inmortal de la aventura cinematográfica. Parece ser que Errol mantuvo una especie de amor romántico por su dama, que esta no correspondió a consecuencia de la vida crápula y disipada de su Robin, en cualquier caso Olivia siempre mantuvo palabras amables y cariñosas hacía Flynn, recordando esa etapa de la Warner como un momento esencial en su incipiente carrera, que alcanzaría cotas muy altas en los siguientes años.


No podemos dejar de nombrar a los “malos” de la función, los magníficos Basil Rathbone y Claude Rains, como el malvado sheriff de Nottingham y el desleal Juan sin Tierra respectivamente. Ambos son el retrato perfecto de la villanía. Rains dota al odioso Príncipe Juan de un perverso sentido del humor que le hace aún más despreciable y lunático. En cuanto a Basil Rathbone, uno de los especialistas en villanos del Hollywood clásico, recordar el inolvidable duelo final a espada con el protagonista, momento inmortal y referente imitado a lo largo de toda la historia del género.


Con todos estos elementos la película se convirtió en un enorme éxito de público, recaudando más de cuatro millones de dólares de la época. Fue nominada en 4 categorías a los premios Oscars de este año triunfando en tres de ellas, las relativas a música original, dirección artística y montaje.


Un título redondo que ha hecho soñar desde su estreno a generaciones enteras de espectadores, sentando un referente en su género y en el del Hollywood clásico, hasta el punto de convertirse en un filme de culto al ser seleccionada en 1995 por la Biblioteca Nacional del Congreso Americano como uno de los filmes a preservar en el National Film Registry junto a “El mago de Oz” o “Ben Hur” entre otros.



viernes, 7 de julio de 2017

CINE EN LA RETINA... "THE HEATHER ON THE HILL", EL ROMANTICISMO POÉTICO DEL MUSICAL...

Pocas veces se vio en la pantalla un modo tan poético y sutil de expresar el amor romántico a través del baile y la música como en este "Heather on the Hill" de "Brigadoon", en el que una bellísima Cyd Charisse y un soberbio Gene Kelly ponen su talento y técnica incuestionable al servicio del argumento, creando con sus movimientos un lirismo y hechizo irresistibles, llenando la pantalla de magia en una combinación perfecta donde la coreografía hace uso del paisaje (recreado en estudio) como un elemento más que sublima el momento y lo convierte en onírico, como parte de cuento de hadas.

El director Vincente Minnelli, conocido como el mago del buen gusto, hace uso de su conocida pericia en el tratamiento de la fotografía, el color, el vestuario y el resto de elementos presentes en el plano, para retratar la secuencia a su estilo impecable. La cámara se mueve entre los personajes, danzando con ellos, recurriendo la colina de cartón piedra como si intuyera y abrazara de manera espontánea su baile, haciéndose cómplice del instante que están viviendo, transmitiendo lo que sienten sin necesidad de diálogo, solamente contemplando lo que está ocurriendo al acercarse, alejarse y fundirse con cada uno sus pasos...

Un número clásico absolutamente delicioso.



sábado, 8 de abril de 2017

CON ACENTO ESPAÑOL... AURORA BAUTISTA




Pocas actrices causaron un impacto tan grande en la industria española como está trágica vallisoletana, emigrada desde muy pequeña a Barcelona, con su primera intervención en la pantalla. De la noche a la mañana se convirtió en estrella gracias al personaje de Juana I de Castilla, alías "La loca", en unos de los títulos clave de la historia de nuestro cine, esa “Locura de amor” (1948) tan carpetovetónica y controvertida como el cine de su director, Juan de Orduña, experto en crear estrellas cinematográficas como demuestran los casos de Sara Montiel, Juanita Reina o Jorge Mistral entre otros. Aquel tremendo dramón, adaptación de la obra homónima de Tamayo y Baus, se convirtió en un éxito fulminante consagrando a su protagonista e instaurando un modelo interpretativo grandilocuente y excesivo que causo furor en la época, en el que sin duda alguna Aurora Bautista fue su máximo exponente, tanto en cine como en teatro con obras como “Fuenteovejuna”, “Antígona”, “Medea” y un largo etcétera.




Si “Locura de amor” la convirtió en la actriz más popular de aquellos años, sus dos siguientes títulos a las órdenes de Orduña “Pequeñeces” (1949) y “Agustina de Aragón” (1950) fijaron su imagen en la historia del cine español, convirtiéndose (parece ser que muy a su pesar) en la representante de un género vetusto y ampuloso que sería el sello de la productora Cifesa, el estudio más importante alumbrado por la industria española, con un modelo de producción similar al de Hollywood, que incluía contratos a largo plazo con los artistas más importantes del momento, impresionantes promociones, platós bien equipados y equipos técnicos bajo contrato. Para bien o para mal estas películas marcaron la tónica general de toda una época del cine español y Aurora permaneció tan asociada a los mismos como el cañonazo de Agustina, la locura de la reina Juana o los salones decimonónicos de la Marquesa Currita Albornoz.


Con tan solo tres títulos la Bautista se sitúa a la cabeza de las actrices del momento, favorita del público y la industria deseosa de contar con su colaboración. Sin embargo ella aspiraba a significar algo más en otro tipo de cine más moderno y de mayor prestigio artístico que el que le ofrecía la producción española de aquellos años. Intentando huir del encasillamiento, la actriz rompe la colaboración con Orduña, que le había ofrecido protagonizar “La leona de Castilla” (1951) su siguiente proyecto histórico, y fija su mirada en la revelación que supuso “Cielo negro” (1951), un intento de cine realista y con una estética muy diferente al resto de la producción española. Con esta premisa busca ser dirigida por Manuel Mur Oti, realizador de aquel título, sin embargo “Condenados” (1953) un drama rural anodino y falto de interés supone una experiencia fallida que hace que Aurora desencantada del cine vuelva los ojos hacia la escena interpretando a las órdenes de Tamayo y Luis Escobar una seria de obras clásicas y contemporáneas que mantienen su estatus artístico durante toda la década de los 50 en la que apenas se asoma a la pantalla.


A principios de los años 60 regresa al cine de nuevo bajo la dirección de Orduña con un ambicioso proyecto que narraba la vida y milagros de Santa Teresa de Ávila, sin embargo “Teresa de Jesús” (1961) se convierte en otro filme fallido, rodado fuera de tiempo, condicionado por un estilo narrativo pasado de moda, completamente ajeno a los nuevos aires que impulsaban el cine español  y lastrado por la opresiva presencia de la censura franquista que mutila sin piedad el guión original a pesar de haber obtenido el beneplácito del mismísimo Vaticano.


Viendo truncadas de nuevo las expectativas de recuperar su estatus en la pantalla a través de un proyecto interesante y de calidad, la actriz marcha a México donde contrae matrimonio. A su regreso a España obtiene de nuevo un éxito, esta vez unánimemente aclamado, en la que habría de convertirse en su mejor película, “La tía Tula” (1964) dirigida por Miguel Picazo, quién a pesar de acoger su elección con reservas se deshizo en parabienes con ella tras contemplar el resultado. En el papel de la solterona de provincias, acosada por su cuñado viudo y sometida a los convencionalismos opresivos de una sociedad puritana y tradicional, Aurora ofreció una magnífica interpretación llena de matices y muy alejada de su registro habitual. En adelante Tula se convertiría en su papel más significativo y en el filme preferido de la actriz.


Tras esta alentadora experiencia poco más daría de sí su carrera cinematográfica a excepción de algún éxito aislado como el culebrón “El derecho de nacer” (1964) rodado en tierras mexicanas, como la muchacha de buena sociedad que se ve obligada a renunciar a su hijo bastardo e ingresa en un convento movida por el remordimiento, reencontrándose con el hijo ya adulto en una dramática y conmovedora escena, de fácil efecto para corazones sensibles. A mediados de la década de los 80 brindaría extraordinarias interpretaciones, ya como característica en papeles secundarios en títulos como “Extramuros” (1985), “Divinas palabras” (1987) o la divertida comedia "Amanece que no es poco” (1989). Mención aparte merece su participación junto a Ana Mariscal e Imperio Argentina, en la obra maldita de Javier Aguirre “El polizón del Ulises” (1987) ocasión única de ver en acción a tres auténticas divas del pasado, mostrando su categoría interpretativa y carisma imperecedero.




Falleció en 2012 de un modo inesperado y repentino a consecuencia de una insuficiencia respiratoria. Para el recuerdo nos queda la presencia de una gran Dama del cine y la escena que, a pesar de la imagen conservadora de gran parte de su filmografía, siempre buscó dignificar su trabajo apostando por otras líneas expresivas diferentes, a veces arriesgando como demostró en una de sus películas más delirantes, “Los pasajeros” (1975), donde su exhibición de busto causó conmoción entre el público de la transición, sorprendido frente a las veleidades eróticas de su otrora Reina Santa.



Su estilo de declamación, su manera de gesticular , su temperamento dramático marcaron toda una etapa de nuestro cine en la que las grandes pasiones se vivían en medio del lujo de salones cortesanos, donde las grandes figuras de la historia eran usados como excusa para mostrar la grandeza y poderío de una España trasnochada anclada en un pasado glorioso frente a un presente incierto. En este contexto Aurora Bautista luchó por superar la máscara que la encumbró sin conseguirlo completamente y es que ella hizo de su galería de heroínas históricas algo más grande que el cine que las contenía.

miércoles, 15 de febrero de 2017

MIS ESTRELLAS FAVORITAS... FRED ASTAIRE


Clásico, perfeccionista, impecable… Él es junto con Gene Kelly la esencia del bailarín cinematográfico. En cualquier película en la que aparece y rompe en algún momento a bailar, la pantalla se llena de magia al margen de la calidad del filme. Cuando uno ve a Astaire bailar siente que el hombre ha nacido para hacerlo de un modo tan natural e instintivo como respirar. Nada más lejos de la realidad, era un profesional exigente que empleaba horas de ensayos y exigía la misma dedicación y entrega a sus bailarinas y el equipo que rodeaba sus espectaculares coreografías. Sin Astaire no existiría el musical americano…



Su talento era tan brillante que podía hacer de cualquier objeto inanimado su pareja, como la célebre escena en la que baila con un perchero en “Bodas reales” (1952), las filigranas realizadas en el mismo título en una espectacular coreografía por el suelo, paredes y techo de una habitación, narrando con su danza lo fantástico que es estar enamorado o en el número “Shoes with Wings On” de “Vuelve a mí” (1949) donde interactúa con una decena de zapatos que danzan a su alrededor sin dueño.


Cuando llegó al mundo del cine contaba ya con 34 años, edad tardía para hacer carrera en la pantalla. En la prueba a la que le sometieron en la RKO, una de las productoras más modestas de Hollywood, lanzaron como veredicto: “No sabe cantar, no sabe actuar, está calvo… Baila un poco”. Astaire llevaba a sus espaldas una larga y exitosa carrera como bailarín teatral con su hermana Adele. Cuando esta se casó la pareja hubo de disolverse y él probó fortuna en la soleada California. Su primera incursión consistió en una pequeña aparición junto a la estrella de la Metro Joan Crawford en la película “Alma de bailarina” (1933), pero en su siguiente título “Volando a Río de Janeiro” (1933) él y su pareja, una rubia descarada llamada Ginger Rogers, se lanzaron a la pista con un pegadizo baile tropical, “La Carioca”, y entraron en la inmortalidad… El resto es historia del séptimo arte. Hoy nadie recuerda que aquel título estaba protagonizado por la bellísima Dolores del Río y Gene Raymond, pero Fred y Ginger se llevaron todos los elogios y el cariño del público, iniciando una fructífera colaboración a lo largo de nueve títulos  que les elevaría a la categoría de mitos del cine, no solo musical, sino del Hollywood clásico, llenado la pantalla de bailes y entretenimiento.

En la modesta RKO, Astaire encontró en Ginger el complemento ideal. Él era clásico y ella moderna, aparte de una magnifica actriz que se adaptaba a la perfección al juego de aquellas comedias de enredo y a las coreografías del bailarín, como si de una hermosa sombra se tratara, envolviéndose y elevándose entre sus brazos  como parte de un poema musical de tres minutos de duración. Sus danzas clásicas son el origen de los bailes de salón, por si mismos iniciaron todo un apartado en el terreno del cine musical de todos los tiempos.


La pareja se rompió en 1939, al parecer por las aspiraciones de Ginger a obtener papeles de mayor calado dramático y cansada de ver su talento soterrado a la sombra del de Astaire. Cuando diez años más tarde la Metro les volvió a juntar en la historia de dos bailarines que se separan cuando ella quiere emprender una carrera dramática en solitario, trasunto de su propia vida, en la citada “Vuelve a mí” (1949) las pantallas volvieron a vibrar como en los mejores tiempos, envolviendo la leyenda en nubes Technicolor. Cada aparición conjunta de ambos en este título valía su peso en oro, dando ejemplo a porque se convirtieron en legendarios.


Lejos de Ginger, Astaire fue pasando por distintas productoras hasta recalar en la Metro, donde asentó su leyenda a las órdenes del productor Arthur Fred y su famosa “Fred Unit” el equipo que dio a la pantalla los mejores títulos musicales que conformaron la edad de oro del género. Aparte de dos deliciosos escarceos en la Columbia "Bailando nace el amor" (1942) y "Desde aquel beso" (1941), con Rita Hayworth, a la que Astaire consideró su mejor pareja de baile en adelante, por sus brazos pasaron las mejores bailarinas del Séptimo arte... Judy Garland, Ann Miller, Cid Charisse, Vera Ellen, Leslie Caron... Incluso nos deleito con un dúo inolvidable junto a su pareja más extraña y extraordinaria, Gene Kelly en el número "The babbitt and the bromide" del filme de Minnelli "Ziedfield Follies" (1945).


A medida que los días de gloria del musical cinematográfico fueron pasando Astaire fue espaciando sus apariciones en la pantalla, aunque tuvo tiempo de participar en algunos de los mejores "cantos de cisne" del género como "Melodías de Broadway 1955" (1953) y "La bella de Moscú" (1957) ambas con la bellísima Cyd Charisse o "Una cara con ángel" (1957) donde un Astaire con 58 años aún daba lecciones de danza a una encantadora damita llamada Audrey Hepburn.


Falleció a los 88 años de una neumonía, dejando al cine un poco más huérfano de la magia y el encanto capaces de encender las pantallas, pero su leyenda permanece grabando su nombre en notas clásicas. Como dijo en una ocasión la gran Cyd Charisse, "bailar con Fred una vez representa la consagración, hacerlo dos veces supone la inmortalidad"...

martes, 14 de febrero de 2017

FILMOTECA CLÁSICA... "El cartero siempre llama dos veces" (1946) Tay Garnett


Un vagabundo llega a un mediocre restaurante de carretera buscando empleo... Una vez sentado dentro del local ve como un pintalabios rueda por el desgastado suelo... Al alzar la mirada va contemplando las piernas, cintura y pecho de su propietaria, en un magnífico contraplano vemos la reacción en la cara del protagonista causada por la visión de un rostro perfecto de diosa sexual... Con esta escena soberbiamente narrada se intuye el drama que va a desarrollarse en uno de los filmes negros más famosos de la historia del Cine y sin duda alguna uno de los mejor construidos...


Lana Turner contaba con 25 años cuando interpretó esta película confirmando una categoría de estrella que mantendría hasta el final de sus días. Su presencia es todo en la historia, su figura tentadora, la ambigüedad que respira su personaje durante toda la cinta, la pasión irracional que despierta su aparición en cada plano hicieron de esta una de las mejores oportunidades de su carrera a la que la actriz supo aferrarse saliendo triunfante sin grandes métodos interpretativos, pero utilizando todos los recursos innatos de una estrella que nació para hipnotizar la pantalla hechizando a los espectadores con su sola presencia. Ella es la esencia y presencia dominante en toda la película, tejiendo los hilos, manejando a su antojo a todos los personajes de la historia.


Junto a la divina presencia de Lana, John Garfield, un magnífico actor de método, prototipo de la masculinidad, que se alzó como uno de los primeros rebeldes de Hollywood, precursor de Brando o Dean. Garfield fue uno de los mejores actores de su época, cuya carrera fue cruelmente truncada por la tristemente célebre "caza de brujas", al ser considerado simpatizante comunista por rebelarse contra las ideas conservadoras del senador McCarthy, siendo incluido en las listas negras del "comité de actividades antiamericanas". Su temprana muerte de un ataque al corazón a los 39 años, se consideró una causa directa de la persecución sufrida a consecuencia de sus ideas, convirtiéndose en una víctima de esta etapa negra Hollywood y de la vida estadounidense. Garfield brinda en la película una interpretación redonda, absolutamente magistral. Su encarnación del hombre cínico, rudo, de vuelta de todo que sin embargo es atrapado en las redes de una mantis religiosa con figura de Esfinge, es tan real que hace creíble la historia consiguiendo que esta cobre vida.


La atmósfera de la película es soberbia, carnal, inquietante... Sosteniendo la idea de que algo irremediable va a ocurrir de un momento a otro. A ello contribuye una soberbia dirección y una excelente fotografía y planificación escénica que rebela el fatalismo característico del cine negro americano propio de los años 40, época en la que las historias se volvieron más oscuras, desencantadas y realistas dando nombre a un género nacido al amparo de la terrible experiencia que supuso la segunda guerra mundial en la que el mundo perdió una parte de su inocencia.


A pesar de su excelente calidad el filme no obtuvo ni una sola nominación a los Oscar de ese año. Lo cierto es que la brutal concentración de títulos "clásicos" en esa fructífera etapa del cine americano hizo que muchas películas quedasen fuera de palmarés. Aquel 1946 además del filme de Garnett, quedaron fuera de concurso títulos inmortales como "Gilda" de Charles Vidor, "El sueño eterno" de Howard Hawks, otros dos magníficos "filmes negros" o "Pasión de los fuertes" un western de John Ford, imprescindible a la hora de abordar el género.

La película tuvo un célebre remake en 1981 interpretado por Jack Nicholson y Jessica Lange, cuyo papel de Cora convirtió a esta última en estrella de la década como hubiera hecho años antes con Lana Turner. Lange aparece desprovista del glamour de su predecesora, pero la carnalidad y sensualidad que sabe imprimir a su personaje, aparte de unas escenas de alto voltaje sexual, compusieron una Cora muy distinta pero igualmente inolvidable, convirtiendo el filme en un gran éxito.