Nos encontramos sin duda una de las obras más insólitas de
nuestro Cine. Su director, Carlos Serrano de Osma, se caracterizó por explotar la
experimentación del lenguaje cinematográfico por encima de los argumentos de
sus películas. En este caso intentó abordar el mundo del flamenco desde una
óptica completamente distinta a la habitual, alejada de falsos tópicos y tipismos, impregnando su esencia de un tratamiento demasiado
surrealista que no fue bien entendido en su tiempo, condenando al filme al
fracaso a pesar de contar con la pareja más popular de aquellos años en el
género, Lola Flores y Manolo Caracol.
Lo cierto es que a pesar de las buenas intenciones del
realizador por hacer algo distinto al trillado folklore tradicional de entonces, resulta un
ensayo fallido que queda finalmente en tierra de nadie. Sin embargo debido a su
pintoresquismo ha pasado a la historia como una pequeña joya de su tiempo y uno
de los títulos más personales del periodo de postguerra, que sirve además como impagable
documento para ver en acción a dos de las figuras más temperamentales del mundo
de la copla y el flamenco, en su época de mayor esplendor.
Aunque el planteamiento cinematográfico impuesto por Serrano
de Osma en la producción, no se centra en el lucimiento de la pareja
protagonista, el genio de ambos es tan enorme que es imposible que este quede
relegado a un segundo plano. La película ofrece la posibilidad de contemplar la recreación de algunos de los números más famosos interpretados por Lola y Caracol en sus
espectáculos de aquellos años, como “La Salvaora” o “La niña de fuego”,
permitiendo a las actuales generaciones ser testigos del arte imperecedero de
dos artistas con mayúsculas que dieron días de gloria al teatro español de
postguerra.
Lola Flores y Manolo Caracol, se encontraron por primera vez
en la escena en el año 1943, cuando la jerezana contrata al “cantaor” para que
le dé la réplica en el espectáculo “Zambra” que obtuvo un éxito apoteósico y
los situó a ambos a la cabeza del panorama teatral durante toda la década de
los 40. De este espectáculo salieron números tan célebres como “La Zarzamora” o
“La Sebastiana” además de los anteriormente citados. El público los adoraba acudiendo
enardecido a cada nuevo espectáculo. Para Lola supuso su despegue definitivo
como primera figura de la canción y el baile español y para Manolo la
consagración a nivel popular, ya que aun siendo un cantaor muy reconocido en su
tiempo, su especialización en el “cante grande” no le daría la proyección que
obtuvo a raíz de su participación en el mundo de la copla. El hecho de que
incluso una marca de anís fuese bautizada con su nombre, da idea de la
popularidad obtenida por la pareja en aquellos años.
La admiración artística trascendió al ámbito personal y
sostuvieron una relación amorosa al parecer sumamente tempestuosa. La
rumorología popular también se hizo eco de la vida íntima de dos seres tan
temperamentales. Se habló de peleas, borracheras, reconciliaciones y continúas
rupturas. Lo cierto es que la diferencia de edad existente entre ambos
artistas, unido al éxito cada vez más emergente de Lola, despertaba los celos
de Manolo llevando a la pareja a una situación cada vez más compleja.
Protagonizaron “La niña de la Venta” (1951) dirigida por Ramón Torrado, donde
su relación ya se encontraba bastante mermada y tras estrenar en teatro “La
maravilla errante” la pareja se separó definitivamente, con gran pesar popular.
Como si se tratase de un cuento premonitorio todo esto se hallaba
presente de algún modo en “Embrujo” que contaba la vida de dos artistas de
variedades flamencas que decidían
montar compañía propia obteniendo un gran éxito. Sin embargo Lola era contratada
para actuar en solitario por todas las capitales de Europa, abandonando al
“cantaor” que moría víctima del alcohol y la mala vida. Una Lola viejecita, de
increíble peluca blanca, relataba su historia a una nueva promesa del baile
frente a la tumba de Manolo, poniéndola sobre aviso de la esclavitud y miserias
de la profesión.
Un título interesante a revisar, que se ha visto
revalorizado con los años precisamente por su tinte surrealista y carácter experimental, que lo alejan de la
producción de la época, alzándose como uno de los filmes malditos tanto de
su director como de la historia del Cine Español.