domingo, 30 de junio de 2019

FILMOTECA CLÁSICA... "Las campanas de Santa María" (1945) Leo Mc Carey


El enorme éxito, Oscar a la mejor película incluído, de “Siguiendo mi camino” (1944) dirigida al igual que la cinta que nos ocupa por Leo McCarey, trajo como secuela este delicioso melodrama lleno de buenas intenciones y espíritu religioso. El cantante Bing Crosby repite su personaje del moderno y comprensivo Padre O´Malley, en esta ocasión al frente de un colegio de monjas dirigido por la recta aunque humana Superiora encarnada por una magnífica Ingrid Bergman, cuya naturalidad y talento se hacen limpiamente con la película. Ambos actores habían obtenido el año anterior el Oscar a la mejor interpretación, él por el filme citado y ella por el papel de esposa atormentada por un malvado Charles Boyer en “Luz de gas”, lo que les había situado en un lugar de privilegio dentro de la industria de Hollywood, circunstancia que no pasó inadvertida para la Paramount  que buscaba al juntarlos garantizar una buena acogida entre el público. No se equivocaron ya que el filme obtuvo si cabe aún más éxito que su predecesora recaudando más de 8 millones de dólares de la época, no andándole tampoco a la zaga en calidad, como corresponde al talento cinematográfico de Leo Mc Carey, uno de los realizadores imprescindibles de la época dorada.



Cuenta la previsible aunque eficaz historia del padre O´Malley, que en esta ocasión es enviado a un colegio de monjas con la esperanza de que consiga con su voz y carácter levantar la dañada economía de la escuela. Sus métodos chocan inicialmente con la rigidez de la Madre Benedicta, superiora del convento y directora de la institución, pero pronto unen sus esfuerzos en pro de salvar la escuela frente a la falta de escrúpulos de un empresario que pretende demoler el edificio para edificar en su solar. Todo ello salpicado con diferentes canciones de indudable gancho popular y piadosa finalidad que la han convertido en uno de los clásicos a programar durante las fiestas navideñas.



Aunque pueda parecer que inicialmente nos encontramos ante un filme sensiblero y falto de interés, no hay nada más lejos de la realidad. Aunque la película camina abiertamente por los senderos del cine religioso convencional, la sabiduría con que Mc Carey lleva el pulso de la cinta es extraordinaria, midiendo las dosis de humor y drama con tal acierto que logra mantener el equilibrio durante todo su metraje, sin derivar a los peligrosos caminos del melodrama edulcorado en el que caerían otros títulos del género.  En muchos aspectos se puede considerar superior a su antecesora aunque básicamente respeta su línea ideológica y argumental, creando situaciones de lucimiento para Bing Crosby como cantante ya que era uno de los favoritos del público americano, representante en muchos sentidos de su espíritu nacional.



Sin duda alguna una parte importante del éxito de la cinta y de su resultado final se debe también al talento de la pareja protagonista. Ambos están magníficos en sus respectivos papeles, logrando que la historia avance con naturalidad y eficacia, lo que hizo que fuesen nominados ese año nuevamente en las categorías de mejor actor y mejor actriz principal, aunque ninguno de ellos se alzase en esta ocasión con la codiciada estatuilla. Crosby se había mimetizado estupendamente como actor en la sotana del Padre O´Malley, un sacerdote bondadoso y con inquietudes sociales en la línea del interpretado por Spencer Tracy en "Forja de hombres" (1938) o "La ciudad de los muchachos" (1941). Respecto a Ingrid Bergman se encontraba en ese momento en el cenit de su carrera en Hollywood, era de una de las estrellas favoritas del público, capaz de abordar registros muy diferentes como demuestran sus interpretaciones a las órdenes de Alfred Hitchcock que haría de ella una de sus actrices fetiche en aquel tiempo. Curiosamente cuatro años más tarde de representar el espíritu católico en la piel de la Hermana Benedicta en esta película, sería condenada y vilipendiada por las ligas de decencia norteamericanas, que llegaron incluso a pedir su excomunión a causa de su adúltera relación con el director italiano Rossellini por quién abandonó a su esposo e hija, arrojándose en brazos de una apasionada historia de amor que estuvo a punto de terminar con su carrera.



Contrariamente a las previsiones, la película resultó una de las grandes perdedoras en la ceremonia de los Oscars de aquel año, obteniendo solo la estatuilla correspondiente al Mejor Sonido cuando había sido nominada a Mejor Película, Director, Actriz Principal, Actor Principal, Canción, Banda Sonora en filme dramático y Montaje. No obstante se resarció con un monumental éxito de taquilla como ya se ha comentado. Hoy se la sigue viendo fresca, como una muestra del mejor cine de la época clásica, gracias al inteligente guión y el trabajo de Mc Carey, que convirtió un filme de encargo en una hermosa película que transmite un agradable optimismo y alegría y de cuyas fuentes beben, tanto en su planteamiento como en su desarrollo algunos títulos modernos de gran éxito como las dos entregas de "Sister Act" protagonizadas por la incombustible y singular Whoopi Goldberg.



miércoles, 19 de junio de 2019

FILMOTECA CLÁSICA... "El Fantasma de la Ópera" (1943) Arthur Lubin

Esta segunda versión de la célebre novela del francés Gastón Leroux constituye una obra menor del glorioso ciclo de terror que la Universal produjo durante los años 30 y 40, en el que vieron la luz tantas y tan magníficas joyas como "Frankenstein" (1931), "Drácula" (1931), "La momia" (1932) o "La novia de Frankenstein" (1935). Tanto la elección del trío protagonista, como el empleo de un espléndido Technicolor restan fuerza y personalidad al resultado final, siendo empleados más como reclamo comercial que como elementos propios del género, dando más la sensación de estar asistiendo a una de las operetas de Jeanette McDonald y Nelson Eddy que a una obra cercana al terror clásico. 



La primera versión fue estrenada con enorme éxito en 1925 contando con el escalofriante Lon Chaney como protagonista que hizo una terrorífica composición del personaje mucho más cercana a la obra original que la efectuada por Claude Rains en esta nueva versión, quién no fue la única opción para el papel ya que se estuvieron barajando entre otros los nombres de Boris Karloff, mucho más apropiado a juzgar por sus anteriores trabajos, y Charles Laugthon que ya había realizado una inolvidable interpretación de otro personaje similar, el Quasimodo de "El jorobado de Nuestra Señora" (1939), heredado igualmente de Lon Chaney quien lo interpretaría en la película muda de 1923. El maquillaje de Chaney causó sensación en su momento, creando un fantasma calavérico , sin nariz, calvo y de ojos enloquecidos, auténtica máscara del horror y la degradación provocadas por el rechazo y la soledad. Por contra el personaje encarnado por Rains está en las antípodas de este monstruo horripilante, siendo uno de los principales lastres de la cinta. Aunque la culpa no es tanto de la interpretación del actor británico como de un mal construido guión que camina en tierra de nadie, mostrando al músico como un personaje bondadoso, del que abusan todos cuantos le rodean y que se ve forzado por las circunstancias a vivir desfigurado y solo en las catacumbas de la Opera parisina, lo que produce en el público más una sensación de compasión y simpatía, que de horror frente al hombre desequilibrado que llega al crimen con tal de llevar a cabo su obsesiva y enfermiza adoración por la protagonista. De hecho durante algún tiempo los guionistas se plantearon hacer del fantasma, el padre de Christine Daaé la hermosa soprano de la que el protagonista quiere hacer una gran figura de la Opera de París. Esta idea fue desechada finalmente ya que era inviable desarrollar el halo romántico entre "la bella y la bestia" sin rozar la idea del incesto. Tal vez por estos forzados giros del guión la química entre los personajes es cuando menos escasa. Hubo también un primer acercamiento al proyecto en 1935 que planteaba la hipótesis de situar la historia en el París contemporáneo mostrando al fantasma como un herido mental de la primera guerra mundial, aunque finalmente esta idea fue desechada por la narración clásica. 



Aún así el talento de Claude Rains es lo más destacable en el reparto de una cinta en la que el resto de los componentes poco o nada aportan a los gloriosos días del terror de la productora, conduciendo la película más hacia el terrero del vodevil, como la absurdamente cómica relación que se establece entre los dos galanes del film, el barítono Nelson Eddy como el cantante Anatole Garrone y Edgar Barrier como el comisario Raoul, este último sustituyendo al Vizconde de Chagny héroe de la obra de Leroux. Lo mismo puede decirse de la grotesca interpretación que la actriz Jane Farrar realiza de la Carlotta, la egocéntrica "prima donna" de la Ópera de París destinada a sufrir las iras del fantasma por su animadversión hacia la joven Christine corista de excelentes dotes e interés sentimental del trío masculino, interpretada por la soprano Susanna Foster. 



La película es pues una versión muy libre de la obra de Gastón Leroux, en la que se alteraron personajes e historia con el fin de explotar más la línea romántica de la historia y mostrar todo el esplendor de la Opera en espectaculares dioramas filmados a todo color. Con todo es tanto el extraordinario uso del Technicolor (premiado con un Oscar), como la parte musical lo que finalmente resulta más interesante de la película. A tal fin se contrató al célebre Nelson Eddy, un magnífico barítono rey por entonces de la opereta cinematográfica gracias a su asociación con Jeannete McDonald, el ruiseñor de la Metro y a la hermosa Susanna Foster otra soprano de excelentes condiciones al igual que McDonald aunque con una carrera mucho más corta e interesante que esta última. Ambos alimentaron con sus voces la parte musical de la historia, que contiene un nutrido número de arias, dúos y concertantes líricos.



Aunque se usaron en el rodaje los mismos decorados del filme de 1925, el guión prescindió de escenas fundamentales en el desarrollo de la historia que sí estaban presentes en la anterior versión, como la referente al baile de máscaras en la que el fantasma realiza una aterradora aparición en público en mitad del carnaval, aunque mantuvo otras tan célebres como la caída de la lámpara de araña sobre el público que acude a la representación o aquella en que Christine es arrastrada a las cloacas de la Opera por el fantasma arrancando la máscara del rostro del misterioso personaje, momento cumbre en el suspense de la narración, que sin embargo queda mucho más descafeinado que en otras versiones del mismo asunto en las que resulta mucho más aterrador.



Finalmente este "Fantasma" se muestra como una película de bonita factura pero desprovista del misterio y la fuerza con el que la historia sería tratada en otras ocasiones. A pesar de ello el filme contó con una importante repercusión obteniendo cuatro nominaciones a los premios Oscar de 1943 en las categorías de Mejor Sonido, Mejor Banda Sonora, Mejor Dirección Artística y Mejor Fotografía en Color, alzándose como ganadora en estas dos últimas, convirtiéndose en la única película de terror de los estudios Universal que obtendría la codiciada estatuilla. Como parte de la promoción de la cinta el mismo año de su estreno se llevó a cabo una versión radiofónica en el célebre Lux Radio Theater producida por Cecil B. Demille, con el mismo reparto protagonista de la película a excepción del Fantasma que aquí sería interpretado por Basil Rathbone. 



El éxito de la película traería una especie de pseudo secuela de similar argumento y ambientación titulada "Misterio en la Ópera" (The Climax) (1944) en la que repetía parte del equipo artístico en papeles similares. El villano de la historia sería el inquietante Boris Karloff, uno de los candidatos a interpretar "El Fantasma", en este caso un médico enloquecido por la muerte de su esposa, célebre cantante de Opera, que busca devolver la vida a su mujer en la voz de otra hermosa soprano interpretada de nuevo por Susanna Foster.



La historia original se ha asomado a la pantalla en múltiples ocasiones a lo largo de las diferentes décadas desde entonces, algunas tan interesantes como la versión rock "El fantasma del Paraíso" (1974) dirigida por Brian de Palma o la esperada adaptación del legendario musical de Broadway compuesto por Andrew Lloyd Webber, llevado al cine en el año 2004 de la mano de Joel Schumacher



miércoles, 8 de mayo de 2019

FILMOTECA CLÁSICA... "IVANHOE" (1952) RICHARD THORPE




Esta adaptación de la conocida novela del escocés Sir Walter Scott fue la primera de las tres aventuras medievales que Robert Taylor rodó para la Metro a principios de los años cincuenta y posiblemente la mejor de ellas, las otras dos serían "Los caballeros del Rey Arturo" (1954) y "Las aventuras de Quintin Duward" (1955). Aprovechando los fondos que la productora tenía congelados en Inglaterra se desplazó gran parte del equipo americano a Europa para rodar en los escenarios naturales donde transcurre la acción original, lo que benefició enormemente al resultado final del filme, consiguiendo una excelente ambientación que da a la película un aire de leyenda medieval que va como anillo al dedo a la historia. El filme se convirtió en uno de los clásicos del cine de aventuras, dirigido con buen oficio por Richard Thorpe uno de los realizadores más prolíficos del cine americano y responsable de las otras dos incursiones medievales de Taylor en la década y de una de las cintas de aventuras más deliciosas de aquellos años "El prisionero de Zenda" (1952) protagonizada por Stewart Granger el aventurero por antonomasia de los años cincuenta.



El personaje de la novela es coetáneo de otro de los héroes más famosos de la literatura medieval, Robin Hood, que aparece brevemente en la cinta apoyando la revuelta contra el perverso Príncipe Juan y sus secuaces normandos que esclavizan y exprimen al pueblo sajón aprovechando el cautiverio del legítimo Rey Ricardo. Al igual que Robin, Ivanhoe es un noble sajón que se ve forzado por las circunstancias a compartir su estatus con una clase socialmente inferior al verse desposeído de su posición privilegiada. Lo que provoca un curioso caso de acercamiento entre clases en lucha por un objetivo común, sin tener en cuenta lo que ocurriría al recuperar su poder feudal.



Aunque a priori Taylor no parece la elección más adecuada, tanto por edad como por personalidad cinematográfica, lo cierto es que el actor está formidable. La apostura y sobriedad de las que dota al héroe de la historia da al personaje un aire de romanticismo legendario que le ayudaron a granjearse la simpatía del público, consiguiendo en cierta forma revitalizar y prolongar su carrera en un momento complicado en el cual la televisión empezaba a ganar la batalla al cine y los grandes estudios comenzarían a rescindir los contratos a largo plazo con sus estrellas en breve espacio de tiempo. El éxito de la cinta permitió a su protagonista rodar los siguientes títulos mencionados en los que en cierta forma repetiría con pocas variaciones pero igual acierto el cliché desempeñado en esta película. 



Acompañando al héroe titular se encuentran dos grandes damas del Hollywood dorado. De un lado una jovencísima y hermosa a más no poder Elizabeth Taylor como la judía Rebeca y del otro la madurita Joan Fontaine demasiado distante en el papel de la princesa Rowena, amada de Ivanhoe, que pierde la batalla ante la insultante belleza de la Taylor. Aunque el magnetismo con la cámara de Elizabeth es indiscutible, la interpretación de la actriz británica es totalmente insulsa e irrelevante, quedando como un elemento meramente decorativo. Sorprende que la intérprete de "Un lugar en el sol" rodada un año antes y en la que estaba formidable, se muestre tan ineficaz en esta ocasión. Al parecer el estudio le obligó a aceptar un papel que ella odió desde el primer momento, lo cual seguramente resintiera el resultado final. A pesar de su resistencia inicial la actriz encontraría el amor durante su estancia inglesa en la persona del actor británico Michael Wilding, veinte años mayor que ella, que se convertiría en su segundo marido. 



George Sanders sería el villano de la historia, con aquel cinismo que le hizo famoso y que hará del malvado Bois Gilbert uno de los personajes más interesantes de la historia. El resto del reparto estaba compuesto por actores ingleses y algunos de los secundarios más eficaces de la escudería de la Metro, varios de ellos repetirían en las otras películas medievales anteriormente mencionadas.



El filme cuenta con una factura irreprochable con todo el esplendor y lujo que solo la Metro Goldwyn Mayer solía ofrecer en aquellos años, las escenas de los torneos medievales y el asalto al castillo se convertirían en modélicas en su género y serían repetidos en otros tantos filmes de capa y espada a lo largo de décadas. Una película que haría soñar a generaciones enteras de escolares que soñaban con convertirse en el espadachín sajón en lucha contra la injusticia del príncipe Juan sin Tierra para restituir al legítimo Rey Ricardo Corazón de León en el trono de Inglaterra. A pesar de su formidable acogida sería una de las grandes perdedoras en la ceremonia de los Oscar de 1952 al no obtener ni una sola estatuilla, a pesar de haber sido nominada en las categorías de mejor película, fotografía en color y banda sonora. Aunque el filme se resarciría en taquilla recaudando cerca de 7.000.000 de dólares.




 

jueves, 4 de abril de 2019

FILMOTECA CLÁSICA... "GILDA" (1946) CHARLES VIDOR



Pocas veces a lo largo de la historia a quedado un personaje tan asociado a la actriz que lo da vida como en el caso de "Gilda", de mimetizarse hasta el punto de que este se trague a su intérprete. "Gilda" convirtió a Rita Hayworth no solo en uno de los mitos imprescindibles del cine sino de la cultura popular del siglo XX. Tras este título la actriz quedaría eternamente asociada al personaje, hasta el punto que todos buscarían obsesivamente a partir de entonces en la sensible e insegura Rita a la apasionada hembra que representó en la pantalla, algo que ya nunca lograría separar de su persona lastrando en parte su carrera y su vida personal, se había convertido en la mujer más deseada. La misma actriz relataría en alguna ocasión en alusión a sus fracasos amorosos, todos querían acostarse con Gilda, pero se levantaban conmigo.


La enorme identificación que Rita logró con el personaje fue sin duda parte fundamental del éxito de la cinta y de su leyenda que arrasó por todo el mundo como un huracán. En la España franquista la película sería piedra de escándalo, muy por encima de su contenido. Aquella imagen de mujer desinhibida y liberada abriría las carnes de censores y eclesiásticos que llegaron a prohibir su proyección o tacharla de "altamente peligrosa", lo que no hizo sino avivar su popularidad entre el público, promocionándose con frases tan sonoras como "Dicen que soy una mujer fatal como fatal es mi sino", "Los hombres en mis manos son barro que cede a la presión de mis dedos", "Soy libre y hago lo que quiero cuando quiero" o la celebérrima "Nunca hubo una mujer como Gilda".


A pesar de tanta tinta al argumento de la película no tiene un planteamiento tan escabroso. Aunque la carga erótica del personaje es indudable, lo cierto es que la frivolidad de Gilda se ve continuamente castigada y no es sino la máscara de una mujer frágil que busca redimirse a través el amor. Sea como fuere la fuerza de sus imágenes la han convertido en un icono del cine, grabando en la retina del espectador el inolvidable conato de streptease de Rita deshaciéndose lentamente de un interminable guante de satén negro a los acordes de "Put the blame o Mame" ("Échale la culpa a Mame") o la solemne bofetada que le propina un indignado Glenn Ford por frescachona.


Glenn y Rita quedarían desde entonces asociados en la memoria popular a tal punto que llegarían a repetir en dos títulos más "Los amores de Carmen" (1948) de nuevo a las órdenes de Vidor y "La dama de Trinidad" (1952) donde recrearían de nuevo la escena de la bofetada con menor impacto y fortuna. Ford nunca sería un actor con demasiada personalidad, aunque en "Gilda" esté perfecto como el atormentado Johnny Farrell odiando y amando a la protagonista a partes iguales por no sabemos que turbio asunto que les separó en el pasado marcando para siempre su relación. Este uso dramático de lo que se intuye y no se cuenta es uno de los mayores aciertos de un extraordinario guión que no para de abrir incógnitas que nunca terminan de cerrarse del todo. Como la extraña amistad que une a Johnny con el marido de la protagonista, un personaje siniestro y ambiguo que ha abierto una segunda lectura entre líneas sobre la oculta relación entre los dos hombres y el papel que Gilda juega en la vida de estos.


Con todos estos elementos "Gilda" se alzaría como uno de los mayores exponentes del cine negro americano y de sus heroínas manipuladoras, haciendo uso directo de su erotismo que las coloca por encima de los hombres que pretenden dominarlas, por más que en el personaje de Gilda no haya un ápice de maldad más allá de su frustración por conseguir al hombre que ama, jugando con él a un peligroso juego que no hace sino abrir más sus heridas aunque ella se empeñe en taparlas con satén y alcohol. Comentario aparte merecen los dos números musicales de la película convertidos en clásicos gracias a la inolvidable interpretación de Rita Hayworth, sin importar en lo más mínimo que la actriz fuese doblada por la cantante Anita Ellis. Su innato talento para el baile y la sensualidad que emana por todo su cuerpo en la puesta en escena de "Amado mío" y la citada "Put the blame o Mame" convierte sendos números en inmortales.


La miopía de Hollywood pasaría por alto el filme de Vidor en la ceremonia de entrega de los Oscars de aquel año al no otorgarle ni una sola dominación. La crítica Europea supo ver mejor que la americana las bondades de la obra al otorgarle la Palma de Oro a la mejor película en el Festival de Cannes. No obstante la película se desquitaría convirtiéndose en una de las más famosas e influyentes del Séptimo Arte, recordada por encima de cualquier otra galardonada en aquel 1946, entrando tanto ella como su protagonista en Olimpo de los inmortales.

jueves, 28 de marzo de 2019

Mis estrellas favoritas... June Allyson




Su rostro risueño y sempiterno optimismo hicieron de ella una de las favoritas del público americano durante dos décadas. Su dinamismo e romanticismo inocente fueron la respuesta al fatalismo de las heroínas del cine negro, ambiguas y pecadoras, nacidas al socaire del pesimismo de la Segunda Guerra Mundial. Las llamadas “vecinitas de enfrente” (girl next door) del cine americano, eran la representación de una juventud americana sana y esperanzada, muchachas resueltas, románticas y acordes a la moral conservadora imperante… Amigas diligentes, novias ideales, encantadoras esposas y perfectas madres. June fue un poco de todo esto a lo largo y ancho de su carrera y sin duda alguna una de las más populares. Su primer éxito llegaría de la mano del melodrama “Al compás del corazón” (1944) una historia de mujeres que esperan a sus hombres en retaguardia mientras estos luchan por derrocar la amenaza nazi. No obstante sería tras la contienda mundial cuando su personaje, mezcla de carácter risueño y resuelto a partes iguales, haría furor en una serie de comedias y musicales donde su sonriente dinamismo y bonita voz hacían de ella la compañera ideal de prometedores galancitos como Peter Lawford o Van Johson en títulos como “The sailor takes a wife” (1945), “Good news” (1948) ,“Words and music” (1948) o “Too Young to kiss” (1951).


Estuvo inolvidable como la rebelde e independiente Jo de “Mujercitas” (1949), una de sus interpretaciones más recordadas y deliciosa como la esposa de Gene Kelly, alias D´Artagnan en la lujosa adaptación de la Metro de “Los tres mosqueteros” (1949) dirigida por George Sidney. Con este último título daría el salto de jovencita encantadora a esposa abnegada y madre comprometida, adornando el melodrama de altos vuelos de la Metro en películas como “El mundo es de las mujeres” (1954), “Música y lágrimas” (1954), “La torre de los ambiciosos” (1954) o “ Interludio de amor” (1957), donde se mostró fuerte y conmovedora a partes iguales.


Con la caída del sistema de estudios, Hollywood dio un giro temático hacia un cine más adulto y comprometido en imágenes y contenido, en el que la personalidad y carisma de June Allyson tendrían poca cabida. Sus dos últimos títulos importantes serían sendos remakes de dos célebres comedias de los años 30, “El sexo opuesto” (1956) versión musical y descafeinada del filme de Cukor “Mujeres” (1939) y “Un mayordomo aristócrata” (1957) trasunto de “Al servicio de las damas” dirigida por Gregory La Cava en 1936. Tras un poco alentadora experiencia en "Stranger in my arms” (1954) la pecosilla June abandonaría la pantalla para dedicarse en cuerpo y alma a su familia y a su esposo el también actor y cantante Dick Powell con quién había contraído matrimonio en 1945, formando una sólida unión hasta el fallecimiento de este en 1963, demostrando que su vida privada respondía a los mismos principios e imagen que sus personajes en la pantalla.


Su regreso en roles secundarios a principios de los años 70 poco o nada aportaría a su antigua gloria, películas de consumo rápido y olvido fácil como “Solo matan a su dueño” (1972) en las que la actriz aportaría poco más que su experiencia y nombre a un público ignorante de su antiguo brillo. Murió a los 88 años de edad de un fallo cardiaco dejando el celuloide clásico un poco más huérfano, recuerdo de una época en la que su rostro alegre quedó impreso en imágenes de rabioso colorido que despertaron los sueños y esperanzas de generaciones de espectadores para los que su baile e imbatible sonrisa fueron el mejor bálsamo para dejar atrás la pesadumbre de un mundo que buscaba superar las heridas de la guerra.

martes, 19 de marzo de 2019

Filmoteca Clásica "La calle 42" (1933) Lloyd Bacon




A pesar de ser en muchos sentido un filme rutinario y previsible tanto en la forma como en su planteamiento argumental, típica historia de montaje de un espectáculo teatral con director tiránico obsesionado con la perfección, estrella ególatra que debe ser sustituida de improviso y joven aspirante que salva la función en el último momento, un esquema repetido hasta la saciedad en aquellos años, "La Calle 42" ha pasado a la historia por ser el primer musical que utiliza un lenguaje y elementos puramente cinematográficos fruto del talento del coreógrafo Busby Berkeley, uno de los creadores más personales y originales del Hollywood clásico que consiguió sacar al género del estatismo de los primeros años del sonoro con sus imposibles y vistosas coreografías. 



El musical fue desde los albores del sonido en la pantalla uno de los géneros preferidos por el público, la ocasión no solo de ver hablar, sino cantar y bailar al ritmo de la música a sus estrellas favoritas constituía un atractivo irresistible para los millones de personas que no podían costearse un espectáculo teatral, ámbito al que se veían restinguidos este tipo de espectáculos. Sin embargo los primitivos sistemas de sonido hacían que la cámara permaneciera inmóvil frente cantantes y bailarines como si se rodase una escena teatral. El inquieto Berkeley, gran conocedor del musical escénico entendió que el nuevo medio necesitaba un lenguaje completamente distinto e imprimió su sello personal a base de espectaculares travellings y planos picados de cámara, que filmaban a las coristas desde ángulos imposibles hasta entonces, creando un estilo inconfundible. Cualquier secuencia del coreógrafo y director estadounidense se reconoce inmediatamente como propia de su genio único. Berkeley daría soltura a la cámara e imprimiría un ritmo a las secuencias nunca visto en la pantalla sentando las bases del musical cinematográfico. Las escenas en las que decenas de coristas adoptan formas caleidoscópidas tanto con sus cuerpos como con sus vestidos mientras la cámara recoge sus movimientos desde el techo, a ras de suelo o en ángulos insospechados forman hoy día parte de la historia del cine en general y del musical en particular, dando buena cuenta del significado de Busby Berkeley en la evolución del género hasta el punto que los números rodados por él son lo más importante de las películas en las que llegó a participar, por encima de las escenas rodadas por el director titular o el argumento de los mismos. 



El público acudía en masa por el atractivo que suponían estas espectaculares coreografías que no formaban en la mayoría de los casos parte del argumento central sino que se ofrecían como parte del montaje teatral en el que se desarrollaba la trama. Tal fue la relevancia que obtuvo que el nombre de Berkeley se destacaba por encima del resto de componentes del reparto dando cuenta del verdadero artífice y creador de dichos filmes.



La película catapultó a la fama a su protagonista, Ruby Keeler, una excelente bailarina de claqué especialista en papeles de jovencita pueblerina e ingenua que acaba triunfando en el complicado mundo del espectáculo, prototipo con el que seguramente el público de la depresión se sentía identificado al representar el triunfo del proletariado en un mundo de pesadumbre y pobreza, Con tales armas la actriz se convertiría en una de las estrellas favoritas del público estadounidense durante la década de los treinta. Junto a ella el cantante melódico Dick Powell que formaría una pareja ideal con Keeler en varios títulos similares como "Desfile de Candilejas" (1933) o "Vampiresas 1933" (1933) en los que Berkeley ampliaría el volumen y espectacularidad de sus celebrados números musicales. A destacar igualmente la participación una todavía desconocida Ginger Rogers apunto de dar el salto a la fama al encontrarse con Fred Astarire. La actriz está sensacional en el papel de corista de vuelta de todo sobre la que se sostiene la parte cómica del argumento.



Sin duda alguna "La calle 42" es uno de los títulos más influyentes de su época piedra angular sobre la que se cimentaría la posterior evolución del cine musical americano, haciendo gala de la frase con la que se publicitaría la película a partir de su reivindicación en los años 80 "El musical americano comienza en... La calle 42".

miércoles, 21 de febrero de 2018

Filmoteca clásica... "Los diez mandamientos" (1956) Cecil B. Demille



"Los Diez Mandamientos" es el testamento cinematográfico de Cecil B. Demille, uno de los pioneros  del séptimo arte, responsable de la creación y evolución de gran parte de su lenguaje e historia. Este último título contiene todos los defectos y aciertos del realizador. Su indiscutible sentido del espectáculo basado en un estilo grandilocuente y "camp" con ciertos tintes eróticos usados como elemento moralizante, un magnifico ritmo cinematográfico que mantiene al espectador pegado a la silla durante sus casi cuatro horas de proyección, interpretaciones un tanto exageradas apoyadas en el atractivo de un impresionante reparto plagado de estrellas y el uso de la técnica cinematográfica al servicio de su propia visión de la historia elevando la misma a una altura mítica, sin duda mucho más interesante de la original narrada en las Sagradas Escrituras. De hecho el propio Demille aparece en pantalla antes de la proyección, presentando el filme como una historia de "la libertad frente a la tiranía" y haciéndose eco de lo mucho que el equipo se ha documentado para poner en imágenes la vida de Moises, aunque finalmente lo que presenciemos, lejos de ninguna crítica ni profundización erudita, es un brillante espectáculo en Technicolor mezcla de aventura exótica y melodrama aleccionador destinado a conmover a los sectores más piadosos de la época y amantes del cine en general, aunque desde dos vertientes bien diferenciadas, los primeros atraídos por su mensaje de estampita religiosa y los segundos por su sensacional sentido cinematográfico. Este es en muchos sentidos el resumen de la obra de Demille, mezcla de puesta en escena obsoleta y teatral y magnífico ritmo e ingenio creativos en provecho del espectáculo.




El realizador ya había llevado la historia a la pantalla en la etapa muda, "Los Diez Mandamientos" (1923). en la que la historia de Moises se presentaba como pretexto en la primera parte de la película para contar la historia de dos hermanos, uno noble y decente y otro crápula tentado por la ambición y vida licenciosa, que al final de la historia era castigado como cabe esperar y terminaba convertido a la fe cristiana. El prólogo en el que se narra la historia Bíblica es sensacional y en el ya se incluyen muchos de los elementos de esta versión definitiva incluido el célebre milagro de la apertura del Mar Rojo, realizado con un trucaje fotográfico formidable para una época tan temprana. 




A mediados de los cincuenta el cine tenía que acudir a argumentos y películas que ofrecieran al espectador un motivo para acudir a las salas cinematográficas, ya que la competencia que ofrecía por entonces el nacimiento de la televisión era brutal y terminaría por acabar con el famoso "sistema de estudios" y los contratos a largo plazo con sus estrellas. Por este motivo Hollywood volvió los ojos a la historia con el fin de levantar fastuosos espectáculos proyectados en enormes pantallas con todos los atractivos que la tecnología podía ofrecer como el Cinemascope o el Technicolor frente al primitivo entretenimiento de la pequeña pantalla en blanco y negro. En este contexto la mayoría de los profesionales de la época pusieron su talento al servicio de argumentos basados en el Mundo antiguo, llenando la pantalla de romanos, griegos, cartagineses o egipcios con desigual fortuna. Como ya se ha comentado Demille era uno de los realizadores que se movía como pez en el agua en este tipo de historias, desde sus inicios fue uno de los especialista del género con títulos tan populares como "Rey de Reyes" (1927), "El signo de la Cruz" (1932) o "Las Cruzadas" (1935). A finales de los 40 puso de moda un tipo de cine que mezclaba la religión con la aventura a través el éxito de "Sansón y Dalila" (1949) que sería la semilla para todo lo que vendría después.




Para "Los Diez Mandamientos" de 1956 la Paramount, confiando en la capacidad de Demille para generar éxitos, no reparó en gastos trasladando a todo el equipo a Egipto y el Sinahí con la intención de rodar en los escenarios originales donde se desarrollaba la vida y milagros del protagonista, un hebreo convertido en príncipe de Egipto y posteriormente tocado por la "gracia Divina" con la misión de liberar al pueblo de Israel del dominio de los Faraones. Para interpretar a Moises Demille confió en un actor que, aunque conocido, aún no era un astro internacional como para sostener un espectáculo de estas dimensiones y presupuesto, sin embargo su talento para descubrir luminarias convirtió a Charlton Heston en una de las últimas estrellas de la pantalla, especializando su carrera en figuras históricas con gran éxito. Aunque los motivos que argumentó Demille para elegir a Heston son mucho más pueriles, según él se basó en el parecido que encerraba el actor con el Moises esculpido por Miguel Ángel y la impresionante envergadura física del actor. 




Un soberbio reparto de primeras figuras acompaña a Heston en su experiencia mística. Yul Brynner, otra estrella incipiente gracias al éxito de su papel escénico como el monarca siamés del musical "El rey y yo", interpreta al frío y ambicioso Ramses. Aunque Brynner se pasea por los salones de Seti I con los ademanes y andares de un macarra del Bronx neoyorquino, su gran apostura y magnetismo confieren al papel una personalidad, que si bien no se parece en nada al aristocrático porte de un Faraón XIX Dinastía, al menos funciona de cara a los intereses de la historia, como contrapunto del sensato y noble Moisés. Anne Baxter sobreactuada Nefertari, especialmente en la primera parte de la película, que como bien indica Terenci Moix en su obra "Mis inmortales del Cine", hubiera estado magnífica como la pastorcita Sephora, señora de Moisés, papel interpretado por la otrora vampiresa Yvonne de Carlo, quién parece ser fue una de las opciones para Nefertari, pero la actriz solicitó el cambio de roles en un intento por huir de los personajes tentadores y casquivanos que le había tocado interpretar hasta el momento. El resto del elenco es de primer orden, un plantel de actores y actrices cuyo nombre está ligado a la historia de Hollywood, Edward G. Robinson, Vincent Price, Nina Foch, Judith Anderson, Debra Paget, John Derek, John Carradine, Sir Cedric Hardwidcke y un largo etc. que completan y dan brillo a las casi cuatro horas de duración del filme.





La ambientación y escenas de masas son modélicas en su género, lo que unido a su estatura épica, banda sonora y fotografía (la escena de la apertura del Mar Rojo es uno de los iconos del Séptimo Arte) han hecho de ella uno de los clásicos más amados de todos los tiempos, motivo de continúas reposiciones y pases televisivos de éxito asegurado. Los medios invertidos en la obra convirtieron a la película en una de las más caras rodadas hasta entonces, aunque los esfuerzos se vieron compensados con una recaudación que superó los 65 millones de dólares, convirtiéndose en uno de los filmes más taquilleros de la historia del Cine, siendo nominada en siete categorías en la edición de los premios Oscar de 1956 entre los que se encontraban los relativos a mejor película, dirección artística, fotografía, montaje, sonido, vestuario y efectos especiales, aunque solo se alzaría con la estatuilla relativa a esta última categoría, siendo batida en casi todas ellas por otras tres grandes superproducciones de la época, "La vuelta al mundo en 80 días", "Gigante"  y "El Rey y yo" que valdría el Oscar al mejor actor a Yul Brynner.




El impacto de la película y su importancia en la historia del Cine es tan grande que a finales de los noventa fue uno de los títulos considerados por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para su preservación y conservación en el National Film Registry junto a obras como "Un americano en Paris", "Casablanca", "Pinocho", "El Mago de Oz" o "Ciudadano Kane". Cine en estado puro de principio a fin.