jueves, 4 de abril de 2019

FILMOTECA CLÁSICA... "GILDA" (1946) CHARLES VIDOR



Pocas veces a lo largo de la historia a quedado un personaje tan asociado a la actriz que lo da vida como en el caso de "Gilda", de mimetizarse hasta el punto de que este se trague a su intérprete. "Gilda" convirtió a Rita Hayworth no solo en uno de los mitos imprescindibles del cine sino de la cultura popular del siglo XX. Tras este título la actriz quedaría eternamente asociada al personaje, hasta el punto que todos buscarían obsesivamente a partir de entonces en la sensible e insegura Rita a la apasionada hembra que representó en la pantalla, algo que ya nunca lograría separar de su persona lastrando en parte su carrera y su vida personal, se había convertido en la mujer más deseada. La misma actriz relataría en alguna ocasión en alusión a sus fracasos amorosos, todos querían acostarse con Gilda, pero se levantaban conmigo.


La enorme identificación que Rita logró con el personaje fue sin duda parte fundamental del éxito de la cinta y de su leyenda que arrasó por todo el mundo como un huracán. En la España franquista la película sería piedra de escándalo, muy por encima de su contenido. Aquella imagen de mujer desinhibida y liberada abriría las carnes de censores y eclesiásticos que llegaron a prohibir su proyección o tacharla de "altamente peligrosa", lo que no hizo sino avivar su popularidad entre el público, promocionándose con frases tan sonoras como "Dicen que soy una mujer fatal como fatal es mi sino", "Los hombres en mis manos son barro que cede a la presión de mis dedos", "Soy libre y hago lo que quiero cuando quiero" o la celebérrima "Nunca hubo una mujer como Gilda".


A pesar de tanta tinta al argumento de la película no tiene un planteamiento tan escabroso. Aunque la carga erótica del personaje es indudable, lo cierto es que la frivolidad de Gilda se ve continuamente castigada y no es sino la máscara de una mujer frágil que busca redimirse a través el amor. Sea como fuere la fuerza de sus imágenes la han convertido en un icono del cine, grabando en la retina del espectador el inolvidable conato de streptease de Rita deshaciéndose lentamente de un interminable guante de satén negro a los acordes de "Put the blame o Mame" ("Échale la culpa a Mame") o la solemne bofetada que le propina un indignado Glenn Ford por frescachona.


Glenn y Rita quedarían desde entonces asociados en la memoria popular a tal punto que llegarían a repetir en dos títulos más "Los amores de Carmen" (1948) de nuevo a las órdenes de Vidor y "La dama de Trinidad" (1952) donde recrearían de nuevo la escena de la bofetada con menor impacto y fortuna. Ford nunca sería un actor con demasiada personalidad, aunque en "Gilda" esté perfecto como el atormentado Johnny Farrell odiando y amando a la protagonista a partes iguales por no sabemos que turbio asunto que les separó en el pasado marcando para siempre su relación. Este uso dramático de lo que se intuye y no se cuenta es uno de los mayores aciertos de un extraordinario guión que no para de abrir incógnitas que nunca terminan de cerrarse del todo. Como la extraña amistad que une a Johnny con el marido de la protagonista, un personaje siniestro y ambiguo que ha abierto una segunda lectura entre líneas sobre la oculta relación entre los dos hombres y el papel que Gilda juega en la vida de estos.


Con todos estos elementos "Gilda" se alzaría como uno de los mayores exponentes del cine negro americano y de sus heroínas manipuladoras, haciendo uso directo de su erotismo que las coloca por encima de los hombres que pretenden dominarlas, por más que en el personaje de Gilda no haya un ápice de maldad más allá de su frustración por conseguir al hombre que ama, jugando con él a un peligroso juego que no hace sino abrir más sus heridas aunque ella se empeñe en taparlas con satén y alcohol. Comentario aparte merecen los dos números musicales de la película convertidos en clásicos gracias a la inolvidable interpretación de Rita Hayworth, sin importar en lo más mínimo que la actriz fuese doblada por la cantante Anita Ellis. Su innato talento para el baile y la sensualidad que emana por todo su cuerpo en la puesta en escena de "Amado mío" y la citada "Put the blame o Mame" convierte sendos números en inmortales.


La miopía de Hollywood pasaría por alto el filme de Vidor en la ceremonia de entrega de los Oscars de aquel año al no otorgarle ni una sola dominación. La crítica Europea supo ver mejor que la americana las bondades de la obra al otorgarle la Palma de Oro a la mejor película en el Festival de Cannes. No obstante la película se desquitaría convirtiéndose en una de las más famosas e influyentes del Séptimo Arte, recordada por encima de cualquier otra galardonada en aquel 1946, entrando tanto ella como su protagonista en Olimpo de los inmortales.