Clásico, perfeccionista, impecable… Él es junto con Gene
Kelly la esencia del bailarín cinematográfico. En cualquier película en la que
aparece y rompe en algún momento a bailar, la pantalla se llena de magia al
margen de la calidad del filme. Cuando uno ve a Astaire bailar siente que el
hombre ha nacido para hacerlo de un modo tan natural e instintivo como
respirar. Nada más lejos de la realidad, era un profesional exigente que
empleaba horas de ensayos y exigía la misma dedicación y entrega a sus bailarinas
y el equipo que rodeaba sus espectaculares coreografías. Sin Astaire no
existiría el musical americano…
Su talento era tan brillante que podía hacer de cualquier
objeto inanimado su pareja, como la célebre escena en la que baila con un
perchero en “Bodas reales” (1952), las filigranas realizadas en el mismo título
en una espectacular coreografía por el suelo, paredes y techo de una
habitación, narrando con su danza lo fantástico que es estar enamorado o en el
número “Shoes with Wings On” de “Vuelve a mí” (1949) donde interactúa con una
decena de zapatos que danzan a su alrededor sin dueño.
Cuando llegó al mundo del cine contaba ya con 34 años, edad tardía para hacer carrera en la pantalla. En la prueba a la que le sometieron en la RKO,
una de las productoras más modestas de Hollywood, lanzaron como veredicto: “No
sabe cantar, no sabe actuar, está calvo… Baila un poco”. Astaire llevaba a sus
espaldas una larga y exitosa carrera como bailarín teatral con su hermana Adele. Cuando
esta se casó la pareja hubo de disolverse y él probó fortuna en la soleada
California. Su primera incursión consistió en una pequeña aparición junto a la
estrella de la Metro Joan Crawford en la película “Alma de bailarina” (1933),
pero en su siguiente título “Volando a Río de Janeiro” (1933) él y su pareja, una
rubia descarada llamada Ginger Rogers, se lanzaron a la pista con un pegadizo
baile tropical, “La Carioca”, y entraron en la inmortalidad… El resto es historia del séptimo arte. Hoy nadie recuerda
que aquel título estaba protagonizado por la bellísima Dolores del Río y Gene
Raymond, pero Fred y Ginger se llevaron todos los elogios y el cariño del
público, iniciando una fructífera colaboración a lo largo de nueve títulos que les elevaría a la categoría de mitos del
cine, no solo musical, sino del Hollywood clásico, llenado la pantalla de
bailes y entretenimiento.
En la modesta RKO, Astaire encontró en Ginger el complemento ideal. Él era clásico y ella moderna, aparte de una magnifica actriz que se adaptaba a la perfección al juego de aquellas comedias de enredo y a las coreografías del bailarín, como si de una hermosa sombra se tratara, envolviéndose y elevándose entre sus brazos como parte de un poema musical de tres minutos de duración. Sus danzas clásicas son el origen de los bailes de salón, por si mismos iniciaron todo un apartado en el terreno del cine musical de todos los tiempos.
En la modesta RKO, Astaire encontró en Ginger el complemento ideal. Él era clásico y ella moderna, aparte de una magnifica actriz que se adaptaba a la perfección al juego de aquellas comedias de enredo y a las coreografías del bailarín, como si de una hermosa sombra se tratara, envolviéndose y elevándose entre sus brazos como parte de un poema musical de tres minutos de duración. Sus danzas clásicas son el origen de los bailes de salón, por si mismos iniciaron todo un apartado en el terreno del cine musical de todos los tiempos.
La pareja se rompió en 1939, al parecer por las aspiraciones
de Ginger a obtener papeles de mayor calado dramático y cansada de ver
su talento soterrado a la sombra del de Astaire. Cuando diez años más tarde la
Metro les volvió a juntar en la historia de dos bailarines que se separan
cuando ella quiere emprender una carrera dramática en solitario, trasunto de su
propia vida, en la citada “Vuelve a mí” (1949) las pantallas volvieron a vibrar
como en los mejores tiempos, envolviendo la leyenda en nubes Technicolor. Cada
aparición conjunta de ambos en este título valía su peso en oro, dando ejemplo a porque se convirtieron en legendarios.
Lejos de Ginger, Astaire fue pasando por distintas productoras hasta recalar en la Metro, donde asentó su leyenda a las órdenes del productor Arthur Fred y su famosa “Fred Unit” el equipo que dio a la pantalla los mejores títulos musicales que conformaron la edad de oro del género. Aparte de dos deliciosos escarceos en la Columbia "Bailando nace el amor" (1942) y "Desde aquel beso" (1941), con Rita Hayworth, a la que Astaire consideró su mejor pareja de baile en adelante, por sus brazos pasaron las mejores bailarinas del Séptimo arte... Judy Garland, Ann Miller, Cid Charisse, Vera Ellen, Leslie Caron... Incluso nos deleito con un dúo inolvidable junto a su pareja más extraña y extraordinaria, Gene Kelly en el número "The babbitt and the bromide" del filme de Minnelli "Ziedfield Follies" (1945).