martes, 21 de noviembre de 2017

"Que verde era mi valle" (1941) John Ford



Esta maravillosa película, adaptación de la novela de Richard Llewellyn, encierra toda la sabiduría del maestro Ford y constituye una poética mirada a la Irlanda de sus ancestros a través de una historia magníficamente narrada donde cada secuencia es un retazo de la vida misma servida mediante un soberbio guión y unos personajes tan fuertes como el mundo que les rodea, arquetipos perpetuados a través de la mirada del niño Roddy McDowall , que no es sino el alter ego del propio Ford. Una conmovedora lección de cine de principio a fin, llena de detalles que conforman una obra redonda, sensible y ruda a la vez, llena de un lirismo que emociona y atrapa con su belleza y realismo.




El filme se apoya en el talento de unos actores que encajan en sus personajes como anillo al dedo. Donald Crisp como el patriarca de la familia de mineros, un hombre sencillo y noble que va sufriendo una transformación interna a medida que ve como los ideales en los que había crecido se derrumban, una inolvidable composición que le valió el Oscar al mejor secundario de 1941. Sara Allgod en el papel de la madre, el corazón del hogar como se alude a ella en la película, una mujer recia sostén de todas las alegrías y tristezas de los Morgan, representación de la fortaleza innata de todas las amas de casa del mundo luchando por la unidad y supervivencia familiar, algunas fuentes indican que John Ford se inspiró en el carácter de su propia madre para dar alma al personaje. La inolvidable Maureen O´Hara, actriz fetiche del director en su primera colaboración juntos, en el conmovedor personaje de Angharad, mujer temperamental que destaca en un mundo de hombres con su personalidad rebelde. Walter Pidgeon sobrio y contenido como el comprensivo clérigo de ideas socialistas que suscita la polémica de una sociedad sumida en la moralidad religiosa y el analfabetismo. Y redondeando el excelente reparto un Roddy McDowall de doce años, conductor de la línea emocional de la película en una interpretación tan natural y sensible como pocas veces ha dado un niño en la pantalla. Él es el alma de la película, el narrador que nos introduce con sus recuerdos en el pequeño pueblo Galés, haciéndonos ver la vida con sus ojos. Estas virtudes se hacen extensibles al resto de personajes secundarios, incluso los que tienen menos relevancia, ya que todos aportan un valor añadido en sus respectivos roles realzando el verismo y matizando la historia




En cuanto a la dirección de Ford solo se puede calificar de excepcional, a pesar de que el proyecto fue abordado inicialmente por William Wyler, primera elección de la Fox para realizar la película. Sin embargo Ford hace suya la historia desde el inicio, ofreciendo una obra absolutamente personal que le acredita como un gran maestro a pesar de sus escasos 25 años, no solo en el ámbito del western, donde ya había dirigido títulos imperecederos como "La diligencia" (1939), sino a la hora de abordar diferentes géneros, si bien es cierto que desde esa óptica típicamente masculina del director donde incluso las damas de la función demuestran un carácter tan férreo e inconquistable como sus hombres, e incluso les superan en tenacidad y valor en ocasiones. La fotografía es magnífica, recreando la atmósfera brumosa y fatalista de la obra, lo mismo que aporta un toque realista a los pasajes más cotidianos o mantiene un carácter onírico en las secuencias más evocadoras.




Con tales premisas la película estaba destinada a convertirse en una de las triunfadoras en la entrega de los Oscars de 1941, año en que la competencia era feroz. Se alzó con la estatuilla a la mejor realización del año en competencia con títulos inmortales como "Ciudadano Kane", "La loba", "El sargento York", "El halcón maltés" o "Sospecha", obteniendo además las estatuillas relativas al mejor director (Ford), mejor actor secundario (Donald Crisp), mejor fotografía en B/N (Arthur Miller) y mejor decoración en B/N. Una obra maestra que justifica el amor por el cine de cualquier aficionado, ya que descubre nuevos detalles en cada revisión, sin dejar de sobrecoger al espectador con su humana y universal trama, conectando con sentimientos que todos atesoramos en la memoria vital del recuerdo.





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