martes, 19 de marzo de 2019

Filmoteca Clásica "La calle 42" (1933) Lloyd Bacon




A pesar de ser en muchos sentido un filme rutinario y previsible tanto en la forma como en su planteamiento argumental, típica historia de montaje de un espectáculo teatral con director tiránico obsesionado con la perfección, estrella ególatra que debe ser sustituida de improviso y joven aspirante que salva la función en el último momento, un esquema repetido hasta la saciedad en aquellos años, "La Calle 42" ha pasado a la historia por ser el primer musical que utiliza un lenguaje y elementos puramente cinematográficos fruto del talento del coreógrafo Busby Berkeley, uno de los creadores más personales y originales del Hollywood clásico que consiguió sacar al género del estatismo de los primeros años del sonoro con sus imposibles y vistosas coreografías. 



El musical fue desde los albores del sonido en la pantalla uno de los géneros preferidos por el público, la ocasión no solo de ver hablar, sino cantar y bailar al ritmo de la música a sus estrellas favoritas constituía un atractivo irresistible para los millones de personas que no podían costearse un espectáculo teatral, ámbito al que se veían restinguidos este tipo de espectáculos. Sin embargo los primitivos sistemas de sonido hacían que la cámara permaneciera inmóvil frente cantantes y bailarines como si se rodase una escena teatral. El inquieto Berkeley, gran conocedor del musical escénico entendió que el nuevo medio necesitaba un lenguaje completamente distinto e imprimió su sello personal a base de espectaculares travellings y planos picados de cámara, que filmaban a las coristas desde ángulos imposibles hasta entonces, creando un estilo inconfundible. Cualquier secuencia del coreógrafo y director estadounidense se reconoce inmediatamente como propia de su genio único. Berkeley daría soltura a la cámara e imprimiría un ritmo a las secuencias nunca visto en la pantalla sentando las bases del musical cinematográfico. Las escenas en las que decenas de coristas adoptan formas caleidoscópidas tanto con sus cuerpos como con sus vestidos mientras la cámara recoge sus movimientos desde el techo, a ras de suelo o en ángulos insospechados forman hoy día parte de la historia del cine en general y del musical en particular, dando buena cuenta del significado de Busby Berkeley en la evolución del género hasta el punto que los números rodados por él son lo más importante de las películas en las que llegó a participar, por encima de las escenas rodadas por el director titular o el argumento de los mismos. 



El público acudía en masa por el atractivo que suponían estas espectaculares coreografías que no formaban en la mayoría de los casos parte del argumento central sino que se ofrecían como parte del montaje teatral en el que se desarrollaba la trama. Tal fue la relevancia que obtuvo que el nombre de Berkeley se destacaba por encima del resto de componentes del reparto dando cuenta del verdadero artífice y creador de dichos filmes.



La película catapultó a la fama a su protagonista, Ruby Keeler, una excelente bailarina de claqué especialista en papeles de jovencita pueblerina e ingenua que acaba triunfando en el complicado mundo del espectáculo, prototipo con el que seguramente el público de la depresión se sentía identificado al representar el triunfo del proletariado en un mundo de pesadumbre y pobreza, Con tales armas la actriz se convertiría en una de las estrellas favoritas del público estadounidense durante la década de los treinta. Junto a ella el cantante melódico Dick Powell que formaría una pareja ideal con Keeler en varios títulos similares como "Desfile de Candilejas" (1933) o "Vampiresas 1933" (1933) en los que Berkeley ampliaría el volumen y espectacularidad de sus celebrados números musicales. A destacar igualmente la participación una todavía desconocida Ginger Rogers apunto de dar el salto a la fama al encontrarse con Fred Astarire. La actriz está sensacional en el papel de corista de vuelta de todo sobre la que se sostiene la parte cómica del argumento.



Sin duda alguna "La calle 42" es uno de los títulos más influyentes de su época piedra angular sobre la que se cimentaría la posterior evolución del cine musical americano, haciendo gala de la frase con la que se publicitaría la película a partir de su reivindicación en los años 80 "El musical americano comienza en... La calle 42".

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